Los
hijos son un gran reto, pues de alguna forma nos confrontan con lo
peor de nosotros, aquello que nos cuesta soltar o aquello que
creiamos haber dejado atrás.
La
lección más importante es: No necesitas ser perfecto. Nadie lo
exige. ¿Qué podríamos demostrar?
Nada.
Yo
prefiero ser una madre real, imperfecta que hace lo mejor que puede
cada día. Necesito recordar diario que mi hija también lo es y que
soy la madre suficientemente buena para ella. Y con este aniversario
me comprometo más que nunca a soltar cualquier creencia que provoque
culpa, que soy un fracaso como madre, dejar el drama para no sentir
que cada cosa que hago es crucial para su felicidad o que le daño
para siempre cada vez que me equivoco. Amarme más para ser un mejor
reflejo para su ser.
Tu
también recuerda eso; no necesitas ser perfecto, solo real, tal y
como eres. Y nunca olvides que eres suficientemente bueno.